Agustín Artiles Grijalba -Champi-
Estás hasta las narices, nunca es suficiente para tu jefe. No importa lo mucho que te esfuerces y te comprometas con la empresa. Lo intentas una y otra vez, pero siempre el mismo reproche y esa cara agría que no hay quien le aguante.
“Esto es un infierno, menudo tirano. Así no se puede trabajar. Ojalá todo fuese distinto, nos tratase con más amabilidad y se daría cuenta que así seríamos mucho más productivos.”
Algo similar sucede con nuestros deportistas, chicos que como cualquiera de nosotros tienen expectativas y sentimientos y les gustaría compartir con sus compañeros su actividad favorita en el escenario más agradable posible, con una diferencia evidente, ellos/as son amateurs, entrenan por afición y salvo rara excepción no perciben por ello un sueldo como cualquiera de nosotros por realizar nuestro trabajo.
Por eso, cuando escuches frases semejantes, me rebelo, me pongo en su lugar e imagino cómo me sentiría si fuese a mí a quien le pasara.
- Los deportistas necesitan disciplina y mano dura
- Los halagos debilitan ( Es posible, pero también motivan si son sinceros)
- Los nadadores son vagos e indisciplinados, que no les gusta trabajar.
Me pregunto si no es mejor, refuerzo, exigencia y también complicidad. Respeto, responsabilidad y las cosas claras. Reconocimiento, empatía y autoestima, u otros aspectos que agradan e impulsan la motivación de cualquier trabajador y deportista para ser más eficiente, que mal gusto, indiferencia y reproches..
Por todo lo descrito y por muchos otros motivos, creo en el poder del aliento y en la poderosa opción que me ofrece para impulsar la confianza de mis nadadores, aunque en ocasiones considere necesario utilizar una estrategia diferente para activar su rendimiento, e incluso tenga algún momento difícil que no consiga predicar con el ejemplo expuesto.
Me gusta pensar en aquellas estrategias que puedan hacerles felices y más valerosos, imaginar sus deseos y motivaciones, analizar su forma de nadar y de competir, preocuparme por sus capacidades y cualquier otro detalle sincero que pueda llamar la atención.
Entonces sonrío y les envío un alago que les alegra el día y de paso el mío. Lo más curioso es que funciona siempre de inmediato y lo sé porque siempre observo la satisfacción en sus rostros.
Prefiero una sonrisa en vez de un mal gesto. Escojo ser gentil a descortés y opto por la alabanza en lugar del reproche.
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